Todos y cada uno de nosotros hemos visto alguna vez a alguien desbordado con un niño: ya sean hijos, sobrinos, nietos…
A priori puede resultar complicado, pero si se pone límites de forma consistente (es decir continua en el tiempo) veremos que todo esto, da sus frutos.
Uno de los mejores consejos que se pueden dar para poner límites con los críos sin caer en el ser un dictador es, la objetividad. Cuando somos objetivos estamos siendo juntos y el niño lo ve todo más claro.
Las broncas no se echan porque hoy tengo un mal día, o porque lo digo yo. La objetividad nos permite demostrar.
Otra opción y consejo muy buenos es dar opciones para que ellos elijan entre dos alternativas si se ven desbordados: esto aplica muy bien cuando quieren que les compremos dos o más juguetes.
La firmeza es otra llave que nos lleva al éxito. Debemos imponernos con firmeza, sin gritos ni cosas raras que seguro van a asustar al niño. Con dirigirnos a ellos con el rostro serio y sin titubeos, es suficiente.
A la vez se han de llevar a cabo dos comportamientos que a priori pueden parecer contradictorios: guardar las distancias porque no somos amigos del niño somos o su cuidador, o sus padres, o sus abuelos o sus maestros. Pero a la vez, debemos de ser cercanos y empáticos con el niño. El ponernos a su altura para hablarles, es fundamental. Guardar las distancias con los niños nos ayudará a mantenernos siempre como una figura de autoridad, pero tampoco podemos caer en auténticos dictadores. Esto último es una delgada línea que no se ha de traspasar, ya que afecta al desarrollo afectivo de los niños.
Debemos siempre reforzar lo positivo y nunca lo negativo. Si hacemos lo segundo estamos haciendo más probable que la conducta no deseada se mantenga y no se extinga que es el objetivo. Si enfatizamos lo negativo con frecuencia corremos el riesgo de que el niño vea afectado su autoestima y autoconcepto.
Una de las mejores cosas que podemos hacer para que los niños obedezcan es ser razonables y explicar el por qué de las cosas. Que indeseada era la forma de educar de pocas décadas atrás con él: “porque lo digo yo y punto” esos argumentos se desacreditan por si solos. Explicando hacemos que el niño entienda nuestro malestar, comprendiéndonos y facilitando todo el proceso.
Es muy importante que seamos firmes. Nunca podemos permitir que un niño nos tome a la ligera, la firmeza en el argumento nos aporta seguridad, convencimiento y los niños lo perciben todo. Perciben la inseguridad con mucha facilidad. Debemos demostrar que estamos convencidos de lo que expresamos de nuestros argumentos y creencias. Si no somos firmes, el niño ganará. Percibirá que hemos tirado la toalla y se sentirá fuerte y triunfador.
Y sobre todo, y más importante: hay que desaprobar la conducta del niño, no al niño. Muchas personas cuando riñen o reprenden a un niño por haber hecho algo, se meten literalmente con él: lo infravaloran, y explican su conducta mediante causas internas y estables en el menor. Con esto hay que tener mucho cuidado, conlleva consecuencias pésimas a largo plazo y daña el autoconcepto afectando seriamente al desarrollo afectivo.
Si desaprobamos al niño, solo conseguimos que se sienta triste, que no se sienta útil, y que nos tenga miedo. Somos figuras de autoridad que le ayudamos a ser mejor persona, no alguien a quien haya de temer.
Para concluir expondré y resumiré que para lograr nuestro objetivo, que es poner límites sin caer en la dictadura, basta con hacer uso de la empatía y el sentido común. Con estas dos cosas tendremos casi todo el camino hecho, para nada necesitamos hacer un máster en psicología infantil. La paciencia es un elemento elemental asimismo, ya que los niños, la requieren. Ellos no tienen la capacidad que tenemos nosotros y por tanto somos nosotros quienes debemos controlar la situación y nuestras emociones.
Perder los papeles delante de un niño puede producir en ellos respuestas agresivas, ira, frustración … a parte de que presencian y se empapan de pésimos modelos de conducta. Seamos adultos capaces y efectivos para evitar conductas no deseadas, y no nos convirtamos en enemigos del niño o una figura a la que temer. Es mucho más difícil incurrir en esos errores, que hacerlo correctamente. Usemos nuestras grandes aliadas, sentido común y empatía, muchas veces muy olvidadas en nuestro mundo frenético e híper desarrollado.
Artículo escrito y cedido a este Blog de la Psicóloga Raquel Herrero. Universidad de Salamanca
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