Las redes sociales son una realidad presente en nuestras vidas que han revolucionado la forma en la que nos llega la información.
En la actualidad, cuando un suceso ocurre hacen falta solo un par de minutos para que comience a circular por Internet lo sucedido. Un tuit, una foto instantánea o un comentario son suficientes para comenzar la interacción en el escenario de las redes sociales, el cual es visto por millones de usuarios y es capaz de mantener al mundo conectado.
Pero más allá de los contenidos, la comunicación digital emerge como un conglomerado invisible de emociones que se difunde desde niveles micros a macros. La naturaleza viral con la que se expanden los contenidos publicados permite que se esparzan rumores y opiniones que a veces pueden llegar a provocar situaciones de riesgo por el contagio emocional que producen.
Opiniones contrapuestas
En las redes sociales no solo impera el positivismo con sus carteles optimistas y motivadores, que en ocasiones pueden conllevar a la falsa esperanza de llegar a ser invencibles si no se tienen en cuenta las peculiaridades de cada situación y persona. Sino que también salen a escena la discriminación, el odio o la rabia hacia determinados colectivos y personas camuflados bajo el anonimato e incluso, en ocasiones bajo nombres y apellidos.
En relación a este último caso, podemos mencionar como tras la muerte del torero Víctor Barrio, se produjeron numerosos comentarios en diversas redes sociales por un lado lamentando lo sucedido y por otro, celebrándolo. Originándose rápidamente un cruce de opiniones opuestas entre los usuarios.
Esta situación nos lleva a reflexionar más allá del posicionamiento que cada uno de nosotros tengamos (taurinos, antitaurinos o indiferentes) sobre la expresión de nuestras opiniones a través de estos medios y la propagación digital del odio.
¿Límites o libertad en nuestras opiniones?
¿Hay un límite para expresarnos o por el contrario, la condición es ser libres? Cuestión recurrente que muchos de nosotros nos planteamos y de compleja respuesta, pues todo el mundo desea y quiere ser libre, pero existen unas cuestiones ético-morales que emergen y rigen el mundo en el que vivimos.
Partiendo de la base que desde cualquier extremo, el mundo puede verse blanco o negro, sabemos que el espectro completo de la realidad engloba infinitos tonos y matices. La cuestión radica en que permanecer en un extremo e ir en contra del otro, si no se regula puede llegar a ocasionar graves cataclismos.
Dejarnos llevar por un sentimiento como en este caso el odio, no solo expresa nuestro desacuerdo sino que puede llegar a confundirse con la agresión que es su dimensión comportamental y cometer actos que perjudiquen a los demás, como los comentarios celebrando la muerte del torero.
Reconocidos personajes de la historia como Aristóteles o Sigmund Freud, identificaron en el odio la presencia de sentimientos de violencia. Martin Luther King lo comparó como una noche sin estrellas. Y Lou Marinoff lo señalo como una de las ponzoñas toxinas que envenena la mente, endurece el corazón y envilece el espíritu.
El odio es uno de los reversos más peligrosos del ser humano.
Si además unimos esta emoción a la poderosa propagación digital de la información a través de las redes sociales nos encontramos con un contagio emocional sin límites.
¿Quiere decir esto que no podemos expresar nuestras opiniones? Quizás no sea tanto no expresarlas sino ser conscientes de que si defendemos la libertad de expresión, estamos afirmando a su vez la libertad de elección y esto no significa libertad para eludir las consecuencias que conlleva elegir, sino responsabilizarse de ellas teniendo en cuenta que formamos parte de un sistema.
Tener opiniones contrapuestas no significa penalizar, discrimina u odiar al otro por sus diferencias y el hecho de hacerlo a través de las palabras no minimiza los daños. La palabra conlleva un resultado y éste una emoción, proceso que se amplifica con el uso de las redes sociales. Por ello es recomendable pensar antes las emociones que podemos despertar con nuestras opiniones. No podemos olvidar que respetar al otro constituye una de las bases fundamentales de las relaciones humanas
Jhon Stuart Mill dijo “La libertad de expresión es un acto libre mientras no se le haga daño al prójimo” y creo que no se equivocaba.
Referencias bibliográficas:
-Dimmick, J., Ramirez, A., Wang, T., & Lin, S.-F. (2007). Extending society’: The role of personal networks and gratification-utilities in the use of interactive communication media. New Media & Society, 9(5), 795–810
-Marinoff, Lou (2006). El ABC de la felicidad. Aristóteles, Buda y Confuncio. Barcelona: Ediciones B.
-http://www.mediterranea-comunicacion.org/Mediterranea/article/view/10
Artículo cedido a este Blog por la Psicóloga Gema Sánchez Cuevas. Colegiada Nº EX01253. © All rights reserved.